SILICIO EN AGRICULTURA
Silicio: el elemento discriminado
El silicio es un metaloide tetravalente. Tras el
oxígeno, el elemento más abundante en la corteza terrestre. Lo que
no significa que se encuentre siempre disponible para las plantas. De
hecho, por lo general, está presente en forma insoluble. De modo
que, paradójicamente, carencias de este elemento pueden afectar a
los rendimientos de los cultivos. Carencias que, debido a sus
síntomas poco visibles, pasaban inadvertidas hasta hace poco en
nutrición vegetal.
Con todo, lo cierto es que, en mayor o menor medida,
toda planta cultivada en el suelo contiene silicio en sus tejidos al
absorberlo como ácido monosilícico; preferentemente, para
acumularlo en las raíces, y con mayor avidez en las monocotiledóneas
que en las dicotiledóneas. En los brotes, aun así, se suele
concentrar en niveles de 0,1% a 10% en términos de materia seca,
según especie y edad. Es decir, sus contenidos más bajos son
similares a los habituales de calcio, magnesio, fósforo o azufre. Y
los más elevados se asemejan a los del nitrógeno y potasio. Datos
que hasta el momento no avalan al silicio para considerarlo nutriente
esencial, al no ajustarse estrictamente a los tres criterios
establecidos para el caso por Arnon y Stout en 1934. En definitiva,
ningún otro elemento se encuentra en las plantas en cantidades tan
altas y de forma tan persistente como el silicio sin ser considerado
por ello nutriente esencial (Epstein, 1994).
Por lo demás, se ha comprobado y reconocido que el
silicio (sobre todo, como ácido polisilícico) mejora la textura del
suelo, la capacidad de retención de agua y la de adsorción de
cationes, así como su estabilidad frente a la erosión.
Las plantas, como se apuntaba, absorben el silicio
de la solución del suelo bajo la forma de ácido
monosilícico a
través de la corriente de transpiración, aunque acaba depositándose
en los tejidos como gel de silicio amorfo tras ir polimerizándose.
Es así como se consolida en las células epidérmicas una membrana
más gruesa de silicio-celulosa que, por un lado, dota de mayor
consistencia y mejor disposición a las hojas (lo que optimiza la
interceptación de luz y, por tanto, la fotosíntesis) y, por otro,
se erige en una barrera física ante plagas y patógenos. El silicio,
además, al configurar compuestos silico-orgánicos, contribuye
bioquímicamente a incrementar la resistencia frente a la acción
degradadora de ciertas enzimas de los hongos en su intento de
invasión de la planta.
Aparte de esta función del silicio como
fortificante estructural, existen estudios publicados que resaltan la
implicación del silicio en la resistencia inducida. Se ha
demostrado, por ejemplo, que el silicio estimula la actividad de la
peroxidasas y polifenoloxidasas, de lo que se infiere que forma parte
de los mecanismos de expresión de respuestas de defensa de las
plantas ante episodios de estrés abiótico y biótico.
En cuanto a sus aplicaciones, se ha observado que
vía foliar son menos eficaces que vía radicular, pues los
transportadores de silicio no se manifiestan en las hojas (Datnoff,
2014). De modo que la acción mitigante sobre las consecuencias del
estrés que se ha verificado en aplicaciones vía foliar se deba, más
bien, al hecho de que el silicio depositado en la hoja procure un
efecto osmótico.
Asimismo, se hallan documentadas interacciones entre
el silicio y algunos metales tóxicos, como el aluminio, manganeso y
hierro, que forman silicatos pocos solubles, por lo que se reduce su
toxicidad para la planta (Horiguchi, 1988; Lumsdon y Farmer, 1995).
Equisetum arvense (cola de caballo) y las
algas diatomeas son ricas en silicio.
Ecoforce
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